Resumen

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Entre los aspectos que comparten las guías de lenguaje no sexista destaca sobre todo una argumentación implícita que me parece demasiado obvia para ser inconsciente. Consiste en extraer una conclusión incorrecta de varias premisas verdaderas, y dar a entender a continuación que quien niegue la conclusión estará negando también las premisas.

La primera premisa verdadera es el hecho cierto de que existe la discriminación hacia la mujer en nuestra sociedad. Violencia domestica, acoso, diferencias salariales, etc.

La segunda premisa, igualmente correcta, es la existencia de comportamientos verbales sexistas. El lenguaje puede usarse, en efecto, con múltiples propósitos, desde describir hasta insultar o discriminar.

La tercera premisa verdadera es el hecho de que numerosas instituciones autonómicas, nacionales e internacionales han abogado por el uso de un lenguaje no sexista. 

La cuarta premisa, casi un corolario de las anteriores, es igualmente correcta. Es necesario extender la igualdad social de hombres y mujeres, y lograr que la presencia de la mujer en la sociedad sea más visible. 

De estas premisas correctas, se deduce una conclusión injustificada: Consiste en suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían “la visibilidad de la mujer”. 

Un buen paso hacia la solución del “problema de la visibilidad” sería reconocer, simple y llanamente, que, si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar. 

SIN PEROS EN LA LENGUA

La nómina de los firmantes evidencia que la visibilidad de la mujer, según en qué ámbitos, aún tiene un largo camino por recorrer. 

Y su contenido documenta que, en la otra necesaria visibilidad, la que viene de la mano de la adaptación del lenguaje, quizás se hayan dado pasos desmesurados aún con la buena intención de corregir usos sexistas instalados secularmente en nuestro idioma. 

La RAE ha puesto muy alto el listón de la exigencia

no sólo para quienes elaboran guías sobre el uso no sexista del lenguaje, sino para los propios académicos que deberían mostrar el mismo interés en revisar su propio diccionario. En él encontramos fosilizados usos y términos cargados de sexismo. El Diccionario (DRAE), que por razones de sentido común y de eficacia se rige por el sagrado orden alfabético,  Si alguien busca la palabra que designa un oficio que en castellano tenga variantes masculina y femenina, se verá obligado a buscar la entrada por el masculino algo que vulnera el exigido orden alfabético. 



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